LA PULSERITA Y UN ABRAZO MÁGICO DE DOÑA PAOLA DE HUARAZ
Quienes me han seguido en redes sociales por años, saben que amo estas pulseras tejidas. Todas son muy especiales y tienen un significado importante para mi. La tradición es que cada una la compro de la persona directa que la teje, y esa misma persona me la pone.
Pero no es tampoco cualquier persona. Debo encontrar algo en la historia de esa persona, tras platicar con ella. Y es que todos llevamos una historia a cuestas.
A veces quisiera pensar que en sus pulseras me traigo sus problemas, les aligero un poco la vida, ser yo quien los carga por ellos. Eso me gustaría que pasará. Pero son ellos los que aligeran mi vida, sus pulseras son energía viva. Son recuerdos de sus historias y sus sonrisas. Por eso las amo.

“…Había perdido sus manos y en su lugar tenía unas prótesis en forma de gancho…”
Una de estas pulseritas que traigo puestas, se la compré a un joven de uno 27 años en las calles del centro de Bangkok, capital de Thailandia, hace unos ocho años. El joven había perdido sus manos y en su lugar tenía unas prótesis en forma de gancho en vez de una mano con sus respectivos dedos. Él tejía las manualidades con sus ganchos para ganarse la vida.
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Conocerlo me dejo una gran lección de vida. Su historia me pareció muy inspiradora. La Pulsera es azul, con rojo y blanco, con los colores de la bandera de su país. El la escogió para mí y el me la puso.
Esta última pulsera es la única que no he comprado, la Señora Paola, me la regaló, ahí en la plaza del periodista en el corazón de Huaraz, Perú, la tarde noche de miércoles del 20 de Julio.

Doña Paola tenía una mesita ambulante de joyas y curiosidades que vende, artesanías echas a mano de minerales de la región, y muchas otras manualidades.
Vivió en Lima, la capital de Perú, me contó. Pero allá no podía ir ni al baño porque le robaban todo de la mesa. “Es y una ciudad muy peligrosa, ya no vuelvo”, me dijo mientras miraba algunas cosas que me ofrecía. “Aquí en Huaraz es diferente, acá no te roban. Puedo dejar la mesa con todo para buscar un baño y encuentro todo. Acá si me gusta”. Enfatizó la señora de mirada tierna, voz amigable y rostro agotado, por el paso de los años o sus mismos sufrimientos.
Hice varías vueltas entre su puesto y otros lugares, y ella guardaba ahí lo que le yo le iba a comprar. Sabía que volvería.
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Ya cuando caía el sol y pasé por última vez con ella, compré varias cosas, pagué y me disponía a marcharme, cuando me dijo, “escoja una pulserita, se la regalo. Entiendo que esto es trabajo para ella y de eso se gana la vida, pero cuando una persona con el corazón de ella, te regala algo así, no puedes rechazarlo. Lo acepté pero si ella la elegía y me la ponía.
La foto queda para el recuerdo.

Antes de despedirnos, nos dimos un enorme abrazo. Me llenó de energía y seguramente, en ese abrazo me entregó su espíritu andino que guiará de ahora en adelante mi camino.
Si bien, no logré alcanzar la cima del Huascaran, la montaña más alta del Perú, y la razón por la que vine a Huaraz, el abrazo de doña Paola y todo lo que me entregó en el, valió la pena. Me voy feliz de este lugar con una pulserita nueva en mi mano que seguramente será amuleto de buena suerte como las otras y una fuente inagotable de energía positivas.
Por conocer personas como doña Paola, sigo recorriendo el mundo.
Espero un día volver y encontrarla de nuevo.
Si visitas Huaraz, Perú, búscala y cómprale algo de sus trabajos. La encontrarás en la plaza del Periodista, ahí en el corazón del pueblo a donde llegan todos los turistas. Ahí la encontrarás todas las tardes, en su mesita ambulante, vendiendo las manualidades que hace con el corazón.